sábado, 6 de septiembre de 2008

No Volverás a tener sed (2ª y Última Parte)

¿Mi marido? – pensó Débora - ¿Por qué me pregunta justamente por mi marido?.

Débora sabía que para un judío devoto su condición conyugal era mirada con reproche y desprecio. Sin embargo, ella sentía un afecto y compasión incomprensibles en las palabras de este varón judío. “¿Por qué le voy a mentir? ¿Si hasta aquí él me ha tratado con tanto respeto y distinción... no tengo porqué ocultarle la verdad?”

No tengo marido” – respondió Débora.

Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” – le replicó el varón.

El corazón de Débora se congeló. Ella miró a uno y otro lado. Y volvió a mirarlo a él, fijamente. Estaba segura de que no lo conocía. Este hombre jamás había estado en Sicar. ¡Ningún judío iba a Sicar! ¿Cómo él podía saber esto? “¡Es un profeta...! – pensó Débora inmediatamente.

Señor, me parece que tú eres profeta.” – le respondió.

Débora no era muy religiosa. Sin embargo, le gustaba conversar algunas veces sobre religión. Sus padres le habían enseñado cuando niña. Algunos de sus maridos también le habían enseñado bastante sobre la religión. Sobre las diferencias entre judíos y samaritanos, y sobre algunas pugnas entre ambos, acerca de quién tenía la verdad. – “Los judíos dicen que solo se debe adorar a Dios en Jerusalén, y nosotros creemos que el lugar correcto de adoración es en el monte Gerizim(2). Quizás sea una buena oportunidad para preguntarle. Si él es profeta, podrá enseñarme un poco” – pensaba ella.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.” – le cuestionó Débora.

Mujer, creeme, que la hora viene, cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, ya ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” – le respondió aquél hombre.

Débora estaba perpleja. Nunca había escuchado palabras como estas. Si bien, ya había estado algunas veces en las sinagogas, y ya había escuchado varias predicaciones, nunca había escuchado algo como esto. Repentinamente, algo de aquellas predicaciones le vino a la mente. Un recuerdo que remeció su corazón – “¿Será posible...?” – pensaba Débora – “¿Será posible que esto que he escuchado algunas veces sea real? ¡Qué un día vendría un enviado de Dios que nos enseñaría todas las cosas! ¿¡El Mesías!?”

El corazón de Débora estaba tomando un ritmo más acelerado. Estaba sintiendo una emoción que nunca había sentido antes. El alivio que sentía de sus cargas era cada vez mayor. “Agua viva” – pensaba. Y titubeando le dijo.

Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.”

Yo soy, el que habla contigo.” – le respondió el varón.

Esta sencilla mujer, de aquel pequeño pueblo samaritano, llamado Sicar, no podía creer en lo que estaba viendo y escuchando. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No sabía más qué decir. Lo único que fue capaz de hacer fue correr. Soltó el cántaro allí mismo y corrió de vuelta hacía el pueblo. Las lágrimas escurrían por sus ojos, y un sentimiento de paz y alegría inundaban su corazón de una forma como nunca antes lo había sentido. Era difícil creerlo, que ella hubiese estado frente a frente con el Mesías, con el enviado de Dios. Y que hablaba con ella. Tenía que decirlo a su pareja, a sus amigos..., a todo el pueblo. “¿Sería este realmente el Mesías, el Cristo?” – pensaba ella mientras corría.

“¡Escucha, este hombre ha dicho todo lo que he hecho en mi vida sin conocerme!” – Le decía Débora a su pareja. “¡Escuchen, este hombre ha dicho todo lo que he hecho, sin conocerme! ¿No será este el Mesías?” – les decía Débora a sus amigos y a muchos con quienes se encontraba.

No había pasado mucho tiempo, talvez una hora o un poco más. Un grupo de hombres y mujeres, y Débora, se acercaron nuevamente al pozo. El varón aún estaba allí, sentado, conversando con otro grupo de judíos que lo rodeaba. Empezaron las preguntas, el varón mal terminaba de responder una pregunta y hacían otra, y otra, y más otra.

Mientras conversaban y discutían entre ellos, uno se levanto y le dijo al varón – “¿Pero Señor, cómo te llamas?” – a la cual les respondió – “Jesús, Jesús es mi nombre”. Y murmuraban entre ellos diciendo – “¡Miren, su nombre significa salvador! – y se miraban, atónitos, unos a otros.

“Rabí(3), sé que expreso el sentimiento de todos nuestros hermanos aquí presentes, ¿por qué no vienes y te quedas algunos días con nosotros, te lo rogamos?” – replicó uno de los varones samaritanos a Jesús, mientras los demás asentían con la cabeza. Débora solamente miraba. La sonrisa de su rostro era imborrable.

Jesús accedió, y se quedó con ellos dos días.

Había un gran número de hombres y mujeres que rodeaban aquél varón, llamado Jesús, en las afueras de Sicar. Todos tenían una sonrisa en sus rostros. También Débora estaba allí, junto a aquel grupo de despedida. Algunos le decían a ella – “¡Gracias por habernos traído a este varón, Jesús, para que lo conociéramos! ¡Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que este es el salvador del mundo, el Cristo.

Antes que Jesús se diera vuelta para irse, Débora se le acercó. Ella no podía permitir que se fuera sin decirle lo que sentía en su corazón.

“¡Señor, muchas gracias!”

”¿Por qué me agradeces mujer?” – le preguntó Jesús con ternura.

”Yo estaba desorientada y vacía. No quería más seguir viviendo. Pero, el haberte visto y conocido, se transformó mi corazón y mi vida. Ahora sé que hay esperanza de un mundo mejor. Sé que Dios es verdadero, y que la felicidad verdadera existe.”

Jesús sonrió y le respondió – “¡Débora, sigue creyendo! Esto es solo el comienzo. Si crees en mi verás cosas aún mayores que las que has visto hasta ahora. ¿Lo crees?”

“¡Sí, le respondió Débora! ¡Lo creo!

Jesús le sonrió nuevamente, miro a la multitud, y volviéndose, partió de aquel lugar.

***

(1) Este relato es una adaptación personal del relato contenido en el capítulo 4, versos del 6 al 42 del evangelio de San Juan. Los diálogos entre Jesús y la mujer samaritana se transcriben textualmente desde el texto original y se destacan en itálico. Fuente: “Biblia de Estudio, Harper Caribe, versión Reina Valera, Rev. 1960, Editorial Caribe, 1980.

(2) Monte sagrado para los samaritanos.

(3) “Rabí” – mi maestro en arameo.

lunes, 25 de agosto de 2008

No volverás a tener sed (1ª Parte)

Débora vivía en la ciudad de Sicar, región de Samaria, y había salido de su casa aquél día como todos los días, por el camino polvoriento, a buscar agua en el pozo de Jacob. Pero ese día, ella sentía su corazón destrozado. Ya nada en su vida parecía tener mucho sentido. Aquella vasija, que cargaba en su hombro, aunque vacía, parecía contener el peso de toda su vida, de sus errores, de sus culpas, de sus fracasos. Estaba más pesada que en cualquier otro día. Cinco matrimonios, cinco divorcios. Y ahora solamente un conviviente. Y esta relación tampoco parecía, en realidad, muy promisoria.

“¿Cuándo todo esto va terminar?, ¿No podré sentirme feliz, algún día?” – Pensaba – “Debo ir a buscar agua todos los días, pero hoy, quisiera no volver a casa” – Confesaba ella a sí misma.

El pozo estaba allí, ya bien cerca, a sólo algunos metros de distancia. Había un hombre sentado en el borde de piedras labradas.

“¿Qué querrá aquél hombre…? ¡Parece un judío! ¡Ay Señor! ¿Qué más me puede pasar hoy…?”

Ella sabía cuanto los judíos odiaban a los samaritanos, por esto, temerosa, se acercó al pozo, bajó el cántaro y se dispuso a sacar el agua, tratando de ignorar este judío, sentado, justo allí.

Pero el judío no la ignoraba.

Dame de beber” – pidió el hombre.

“¡¿Dios mío, qué es esto?! Yo pensaba que seguramente este hombre me diría alguna insolencia, o me miraría con desprecio... ¡Y ahora me pide que le dé agua!”

Sin embargo, el temperamento impetuoso de Débora, no le permitió silenciar su desconcierto. Ella estaba acostumbrada a decir siempre lo que sentía y pensaba. Esto ya le había causado más de algún problema, principalmente con los hombres. Pero, ¿por qué actuaría de modo diferente ahora?

“¿Cómo tú siendo judío me pides de beber, a mí, que soy mujer samaritana?” – Preguntó Débora. Y, afligida, pensó – “¡Ay Señor! Ya hablé…¿Qué me dirá ahora este judío?”

Con un rostro enigmático pero con una sonrisa agradable, el hombre le dio una respuesta que la hizo pensar que aquél varón estaba fuera de sí. Pero la ternura de sus palabras la desconcertaban.

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva.”

Mentalmente, ella trató de procesar aquella respuesta – “¿Si yo conociera el don de Dios…? ¿Si yo le pidiera a él agua, él me daría… agua viva? Bueno... este judío parece un poco loco, pero quizás pueda conversar algo con él y salir un poco de esta rutina… me siento tan cansada.”

Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De donde pues tienes el agua viva? ¿Acaso eres tu mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” – Replicó Débora al varón, pensando consigo misma – “¡Ja, Quiero ver qué me responderá ahora este hombre!”

Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”

El semblante de Débora cambió en aquel momento. Sus expectativas de una conversación amena, quizás hasta entretenida, con este personaje tan raro, desaparecieron. Se puso seria. Empezó a sentir que toda su vida estaba pasando delante de sus ojos, sus tristezas, sus alegrías, sus amores, sus desventuras, sus llantos, su dolor, su angustia. “Agua viva”. “No volver a tener sed”. Estas palabras atravesaban su corazón. Todo parecía estar conectado, su historia, su pasado, su aflicción, los deseos que tenía aquél día de que todo terminase, su sed... “¿Pero sed de qué?”

Señor, dame de esta agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.” – respondió Débora, y pensó – “¿Qué estoy pidiendo? ¿Qué agua es esta?”

Débora no comprendía las palabras de aquél hombre. Pero por primera vez en su vida sintió que el cántaro parecía más liviano. Sintió que esta agua, de la que hablaba este varón, la iba a hacer retornar a casa como nunca lo había sentido antes, más liviana y no más cargada, a pesar de llevar en cántaro lleno. Pero – “¿Qué significaba todo esto? ¿Quién era este hombre? – pensaba.

Algunos pensamientos inmediatamente cruzaron su mente – “no sentir más culpa por mis fracasos”, “sentirse libre de las cargas del pasado”, “no sentir más culpa por el... pecado”.

Y el varón le dijo – “Ve, llama a tu marido, y ven acá.”

(Continua)

(1) Este relato es una adaptación personal del relato contenido en el capítulo 4, versos del 6 al 42 del evangelio de San Juan. Los diálogos entre Jesús y la mujer samaritana se transcriben textualmente desde el texto original y se destacan en itálico. Fuente: “Biblia de Estudio, Harper Caribe, versión Reina Valera, Rev. 1960, Editorial Caribe, 1980.

domingo, 29 de junio de 2008

La Paciencia y la Salvación

La Paciencia y la Salvación

En el caminar de mi vida, entre todos mis errores, faltas, pecados, y también aciertos, me he dado cuenta que, frecuentemente, entre la decisión de obrar mal u obrar bien, existe una línea muy delgada que divide ambos caminos, y esta se llama paciencia. El ímpetu de tomar una decisión apurada, de reaccionar antes de pensar o de defenderse airadamente ante una aparente injusticia, me ha llevado, muchas veces, a errar, ofender o, en fin, manifestar aún mayor injusticia que la recibida. Pero, al reflexionar sobre estas circunstancias, puedo percibir que si esta delgada línea, llamada paciencia, no se hubiese roto, los resultados de dichas acciones habrían sido muy distintos.

Aún que quizás nos podemos preguntar: ¿Qué podemos ganar con tener paciencia ante las dificultades, o aún ante las injusticias? ¿Qué provecho hay en la paciencia, en un mundo tan duro y competitivo? Y si quiero obtenerla ¿Quién me la puede dar? ¿De donde la voy a sacar si no la veo en mi? Pienso que estas preguntas tienen respuestas. Te invito a una lectura, que ciertamente nos va a ayudar a encontrarlas.

El apreciado y conocido poeta y compositor de salmos, David (el rey David), escribió un salmo que habla mucho de este tema, el Salmo 37. Voy a transcribir aquí algunos pasajes de este salmo (que dicho sea de paso, es un poema acróstico, o sea, que la letra inicial de cada estrofa tiene un orden o significado especial, y que, en este caso, es todo el alfabeto hebreo). Los versículos 7 y 8 dicen así: “7 Guarda silencio ante el SEÑOR y espera en Él con paciencia; no te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados. 8 Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites, pues esto conduce a mal(1).

El primer consejo del salmista ya parece bastante difícil. Guardar silencio antes las dificultades, ante las aflicciones o aún ante las injusticias no es fácil. Normalmente hablar, reclamar y responder nos parece lo más lógico en estas situaciones. Pero, ¿qué significa este “guardar silencio?” ¿Es nunca decir nada a Dios acerca de mis dificultades? ¿Significa tragarme todas estas cosas estoicamente? No, no es exactamente esto. El versículo 5 de este mismo salmo nos ayuda a entender esto: “5 Encomienda al SEÑOR tu camino; confía en Él, y Él actuará.(1). Este silencio del que habla David, no se trata de un silencio eterno y permanente, sino, se trata de una actitud del corazón para con Dios. El guardar silencio, por un momento, significa reconocer que la mejor solución para mis dificultades no está en mis reacciones, no está en mi inteligencia ni en mi sabiduría, sino que, está en la orientación divina. Al guardar este silencio, me doy el tiempo de encomendar a Dios mis acciones, de encomendarle a Él la actitud que debo tener ante la dificultad. Y, sobre esta confianza, se establece una promesa divina: “Él actuará”. Esto no significa que siempre voy a escuchar la voz de Dios en forma explícita, pero tendré mayor paz, y la confianza y seguridad de Su dirección.

Sin embargo, el salmista nos recuerda que para que tengamos esta actitud delante de las dificultades, necesitamos una gran cualidad, la paciencia. Y en estos versículos se da un ejemplo extremo, la paciencia ante el éxito de quienes planean cosas malvadas. David nos da este ejemplo para enseñarnos dos grandes razones para tener paciencia. La primera es que la impaciencia e irritación nos conduce a obrar mal (vs. 8). Los resultados de una acción impaciente o irritada son más frecuentemente catastróficos e irreversibles, que provechosos. La segunda razón está en el plano de la justicia divina: “9 Porque los impíos serán exterminados, pero los que esperan en el SEÑOR heredarán la tierra. 10 Dentro en poco los malvados dejarán de existir; por más que los busques, no los encontrarás.(1) Las malas obras del ser humano aguardan un juicio de parte de Dios y así también aquellos que persistan en hacer el mal. Por esta razón nuestra irritación o impaciencia no tienen razón de ser, pues no pueden obrar la verdadera justicia de Dios.

En realidad, no es fácil caminar en estas cosas. Principalmente cuando hablamos de paciencia. Pero el Dios, que inspiró a David a escribir estas palabras, tiene una reserva inagotable de estas cualidades para compartirla con nosotros, si se la pedimos. Él se dispuso a darnos estas provisiones por medio de Jesucristo. En Él, podemos alcanzar lo que nuestras capacidades humanas no alcanzan.

Si hemos decidido entrar por el camino que conduce a la salvación, ¡cuanto necesitamos la paciencia que viene de Dios! Solo con ella podemos permanecer en este camino hasta el fin.

Me gustaría dejarlos con una promesa, incluida en este mismo salmo, para aquellos que toman la decisión de confiar en Dios en todos sus caminos y recibir de esta paciencia que proviene de Él.

3 Confía en el SEÑOR y haz el bien; establécete en la tierra y mantente fiel. 4 Deléitate en el SEÑOR, y Él te concederá los deseos de tu corazón.(1).


¡Un abrazo a todos!



(1) Salmo 37: 3-10; Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. Sociedad Bíblica Internacional. Miami, 1999.

sábado, 3 de mayo de 2008

Salvación x Salvación x Salvación (Última Parte)

El joven rico estaba contento. Él creía que Jesús era el Mesías y que era el Hijo de Dios. Y también había aprendido a guardar todos los mandamientos, en los que había sido enseñado desde su infancia. Sin embargo, había algo más que lo inquietaba, que remecía su corazón por dentro, “algo no estaba completo”. Él no entendía muy bien porqué, pero no resistió y tuvo que hacerle una última pregunta a Jesús: “Todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún?(1); A la cual el Maestro le respondió “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme(1).

Hemos estado conversando, durante estos dos últimos textos, sobre el camino de la salvación. ¿Qué es este camino? ¿Cómo podemos avanzar en sus sendas? Estas preguntas intrigaban a aquel joven y ciertamente también nos intrigan.

En los dos primeros mensajes reflexionamos sobre la necesidad de creer en Jesucristo como el Mesías, como el Hijo de Dios venido al mundo. Reflexionamos también sobre la trascendencia de guardar los mandamientos de Dios, y que esta trascendencia tenía relación con un cambio en nuestra forma de actuar y de vivir. Y, a lo largo de estos dos temas, también hemos estado hablando de la salvación, sin embargo, según el relato bíblico, estas dos cosas no eran suficientes, no estaban completas en sí mismas. Faltaba aún algo que agregar. ¿Qué cosa y por qué?

Quizás te has preguntado por qué le puse a estos mensajes el título “Salvación x Salvación x Salvación”. El significado de este título tiene relación con lo que nos ha estado enseñando este relato bíblico. El camino de la salvación tiene tres planos. El primer plano es el de la fe. Debemos creer, de corazón, en Jesucristo. El segundo plano es el de la obediencia en amor, como fruto de esta nueva fe, como fruto de este nuevo camino que hemos decidido seguir. Y el tercer plano se trata de nuestro corazón.

La última pregunta del Señor iba apuntada al corazón de aquel joven. A pesar de que la petición de Jesús parecía muy dura, era necesaria. Él tenía que llegar hasta el corazón. Para aclarar un poco lo que sucedía allí, quiero tomarme de las palabras de una escritora muy conocida del mundo cristiano – “Cristo leía el corazón del gobernante. (2) Sólo le faltaba una cosa, pero ella entrañaba un principio vital. Esta falta, a menos que fuera suplida, resultaría fatal. Toda su naturaleza se corrompería. Para que pudiera recibir el amor de Dios, debía renunciar al amor supremo que él tenía hacia sí mismo. (...) Las palabras de Cristo fueron palabras de sabiduría, aunque parecían severas. El aceptarlas y obedecerlas eran la única esperanza de salvación del gobernante. Su posición y sus posesiones estaban ejerciendo una influencia sutil para el mal sobre su carácter. Si las conservaba, suplantarían a Dios en sus afectos".(3)

La obra de Jesús en nuestras vidas tiene que llegar a lo más profundo de nuestro corazón. Nuestro primer paso fue creer en él, el segundo fue aprender a cambiar comportamientos externos de nuestra conducta. Pero para que esta salvación se complete en nuestras vidas, Jesús debe ser Señor en todas las áreas de nuestro vivir. Y él sabe donde está puesto nuestro corazón. En el caso del joven rico, su corazón estaba en sus riquezas. Sin embargo, este puede estar puesto en muchas otras cosas o personas, en el trabajo, en la familia, en el cónyuge, en la búsqueda del placer, etc. Pero no somos nosotros quienes deben determinar esta realidad. Necesitamos la ayuda de Dios para descubrir donde está nuestro corazón.

Jesús dijo en cierta oportunidad: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón(4). Este tesoro es el que va a estar siempre gobernando y dando la pauta de nuestras acciones. Si este tesoro está en las cosas de esta tierra, estas conducirán nuestras vidas de acuerdo a su propia naturaleza, inconstante, falible, imperfecta y, muchas veces, también maligna y perversa. Poner el tesoro de nuestro corazón totalmente en Dios, significa tener una guía segura y equilibrada para nuestros pasos.

El camino de la salvación parece largo. Y, aparentemente, es difícil seguirlo. Pero, como les comenté en el texto “La Felicidad y El Perdón”, Jesús ya abrió la puerta y ya preparó el camino. Nosotros solamente debemos seguirlo. La salvación está al alcance del hombre. ¿Cómo se alcanza? Permitiendo que Jesús pueda atravesar los tres planos de nuestras vidas, nuestra fe, nuestras obras y nuestro corazón.

¡Dios los bendiga!


(1) San Mateo 19: 20 y 21; Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964;
(2) El joven rico también era considerado un importante un príncipe o gobernante entre el pueblo.
(3) Elena G. De White; “Él es la Salida”, Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires. 1992. Pág. 249;
(4) San Mateo 6: 21; Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964.

domingo, 9 de marzo de 2008

Salvación x Salvación x Salvación (2ª Parte)

Después de haber puesto a prueba la fe que este joven tenía en él, Jesús le dice: “Ya sabes los mandamientos: No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre”(1).

Haber creído que Jesús es el Hijo de Dios era un primer paso para aquél joven, así como lo es para nosotros hoy. Pero esta fe tiene que ir un poco más allá, tiene que avanzar. Al citar los mandamientos en este dialogo con el joven, Jesús nos está enseñando que el segundo paso de la salvación es una nueva actitud de vida, una actitud que esté en armonía con los mandamientos y principios de Dios. O sea, debe haber un cambio en nuestra vida, en nuestra forma de comportarnos – “El que mentía, no mienta más, el que robaba, no robe más...”(2).

Muchas veces solemos pensar que los mandamientos de Dios son ciertamente una ley laboriosa, pesada y muy difícil de cumplir. Pensamos que son una ley que nos oprime, coarta, limita y nos impide de hacer cosas que nos gustan. Sin embargo, esto no es así. Quizás deberíamos revisar un poquito estos mandamientos, para ver si realmente estamos o no en lo correcto con este pensamiento. “Sus mandamientos no son gravosos...” escribió uno de los apóstoles (3).

¿Qué te parece si damos una “pasadita” por estos mandamientos para ver si son tan gravosos así? Si tienes la posibilidad, leelos en libro de Éxodo, capítulo 20, en los versículos 2 al 17. También los puedes leer en el libro de Deuteronomio, capítulo 5, en los versículos del 6 al 21.

Los tres primeros mandamientos nos enseñan que Dios debe ser el único con esta categoría (divina) en nuestras vidas, que sólo él debe recibir adoración y que debemos tomarlo a él en serio, sea en nuestros labios como en nuestras vidas. Yo pregunto, ¿Alguien que considera algo de esta tierra, una persona o aún a si mismo como su dios, es verdaderamente feliz, o irá por buen camino? Es fácil responder. ¿Cuál es el fruto de la ambición por lo material, o por el poder, de la pasión humana desenfrenada, o del egoísmo...? Sin duda, no son gravosos los tres primeros mandamientos. Son el equilibrio de nuestras vidas, al amar y respetar aquél que nos da vida.

“Acuérdate del día de reposo...” dice el cuarto mandamiento. Con este mandamiento, el ser humano puede tener la certeza de dos cosas: De que Dios no quiere que el hombre trabaje afanosamente, sin descanso; y de que Dios quiere estar cerca de él y que el hombre esté cerca de Dios. ¿Y por qué este significado? Por la sencilla razón de que al obedecer el mandamiento, cesar sus labores y descansar, el hombre se puede acordar también de su creador, puede reorganizar su mente y sus prioridades, y también puede reflexionar sobre sus caminos. Hoy, el ser humano ha sido incapaz de parar y reflexionar. Sigue, sigue, y sólo para cuando ya está con su hogar destruido, cuando está destrozado por algún vicio o con su sistema nervioso totalmente enfermo. El cuarto mandamiento no es gravoso, es una bendición.

Es muy fácil comprender que todos los demás seis mandamientos son para orientar y bendecir las relaciones humanas. En realidad, estos seis mandamientos están diciendo una sola cosa “ama a tu prójimo, ama a tus padres, a tus hermanos...", “no hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti”. El tema de estos mandamientos es apenas uno, el amor a nuestros semejantes (¡Ojo! Y también a nuestros “diferentes”). Estos mandamientos tampoco son gravosos. Sin ellos, lo único que veremos en la sociedad es caos, violencia y atropello.

Jesús tenía mucha razón. Hay una segunda cosa muy importante en el camino de la vida eterna. “Ya sabes los mandamientos: No robarás, no matarás, no adulterarás,...”

(Continua)


(1) San Marcos 10: 17-22; Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964;
(2) Efesios 4: 25, 28 (Parafraseado);

(3) I Juan 5: 3.

sábado, 9 de febrero de 2008

Salvación x Salvación x Salvación (1ª Parte)

En cierta oportunidad, un joven se acercó a Jesús y le hizo una de las preguntas que más inquietan al hombre moderno, "¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?"(1).

Antes de responder esta pregunta al expectante joven, Jesús le hizo otra pregunta: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios"(1). Y a continuación, el Señor cita algunos de los Mandamientos, dando a entender que guardarlos era parte importante del camino a la vida eterna.

Agradado de la respuesta de Jesús, el joven expresa animadamente que desde pequeño ha guardado todos los Mandamientos. Pero sorpresivamente, Jesús le añade un segundo requisito: "Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; Luego ven y sígueme"(1).

La segunda respuesta de Jesús dejó al joven impávido. Él no imaginaba que algo así fuese necesario para seguirlo y alcanzar la vida eterna. Y, como el mismo relato expresa: "Ante estas palabras se anubló su semblante y fuese triste, porque tenía mucha hacienda"(1).

Si leemos, con alguna atención, el texto de los evangelios, percibimos que uno de sus enfoques principales es la salvación de humanidad. ¿Pero qué es esta salvación y cómo se alcanza? Pienso que este relato, acerca del encuentro de aquel joven con Jesús, nos ayuda a entender un poco más la respuesta a estas dos preguntas.

Parece un poco curiosa y fuera de contexto, la primera pregunta que le hace Jesús a aquel joven: "¿Por qué me llamas bueno?", principalmente, si creemos y afirmamos que sí Jesús era y es bueno. Pero al conocer un poco más de la cultura judía y de sus conocimientos de la Biblia (del Antiguo Testamento) descubrimos que una de sus enseñanzas era: "No hay quien haga el bien; no hay ni uno solo"(2). O sea, ¿cómo el joven podía decir que Jesús (como hombre) era bueno, si la Biblia enseñaba que nadie era bueno sino sólo Dios? Podemos entender que esta pregunta de Jesús era un "jaque mate" de fe... ¡¿Por qué?! ¡Porque la afirmación "maestro bueno" de aquel joven solo seria correcta si él creía que Jesús había venido de parte de Dios y era igual a Dios! Si él no creía esto, entonces la forma como él se estaba acercando al Señor era equivocada al decirle "maestro bueno". En realidad, Jesús estaba preguntándole, en forma muy delicada: "¿Tú crees en el Hijo de Dios? ¿Crees que aquél a quien estas deseando seguir es venido de parte de Dios?".

El primer paso para que el hombre alcance salvación y la vida eterna es el creer que Jesucristo vino de parte de Dios y es igual a Dios. La primera pregunta del Maestro a aquel joven, lo llevaba al primer plano de la salvación, la fe en que Jesús es el Hijo de Dios.

Pero era necesario avanzar más, había un paso más que dar en el camino a la vida eterna. Entonces vino la segunda pregunta del Señor...

(continua)

(1) San Marcos 10: 17-22; Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964;
(2) Salmo 14:3; Ibíd.

viernes, 4 de enero de 2008

Valores y Sociedad

Hoy vivimos en una sociedad que se deteriora cada día más con el deceso de sus valores morales, sociales y espirituales. La Biblia siempre nos entrega valores y parámetros que nos permiten evaluar y sopesar nuestra condición humana y nuestro comportamiento. En cierta oportunidad me llamó la atención la lectura de un pasaje de este precioso conjunto de libros. Este se encuentra en libro de Deuteronomio, capítulo 6, versículos de 4 a 9 y los versículos 24 y 25. Dicen así:

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (...) Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como Él nos ha mandado".

La parte destacada (negrita) nos presenta un simbolismo que, en aquel tiempo, algunos religiosos lo interpretaban y aplicaban en forma literal, atando pequeñas porciones de las escrituras en la mano o en la frente. Quizás no sea muy difícil imaginarse que este simbolismo tiene un significado más bien práctico que literal. Pienso que este no podría haber sido mejor interpretado como por el comentario de la Biblia de Estudio Harper Caribe, que lo explica de la siguiente forma:

“El secreto de una sociedad justa es acatar las normas éticas que Dios mismo demanda porque sabe que ellas son para el bien de la humanidad que Él creó. Según los versículos 8 y 9, la palabra de Dios debe controlar nuestros hechos (en tu mano), nuestros pensamientos (frontales entre tus ojos), nuestra vida familiar (los postes de tu casa), y nuestra sociedad (en tus “puertas”, o portones de la ciudad); así tendremos justicia." Biblia de Estudio Harper Caribe, 1980 Editorial Caribe, pag.205.

Desechar a Dios y sus principios, como seres humanos y, aún más, como sociedad, siempre traerá como consecuencia el deterioro, la decadencia, la devaluación de la vida, del respeto al prójimo y la injusticia, cosas que hoy, se ven abundantemente en nuestro medio.

Sin embargo, la decisión de que la voluntad de Dios provoque una diferencia en nuestras acciones, en nuestro interior (pensamientos y corazón), en nuestra familia y en la sociedad que nos rodea es, en primer lugar, personal. Por lo que, todos pasamos a tener una cuota de responsabilidad colectiva y una total responsabilidad personal sobre los caminos valóricos y morales que elegimos.

Sopesar nuestra vida con los valores indicados por Dios en la Biblia, puede no ser una tarea fácil. Sin embargo, Dios aún está dispuesto a ayudarnos en esta tarea. Y esta ayuda es posible por medio de la fe. Fe en aquel hombre que murió en una cruz, sin necesitar haberlo hecho. Y resucitó. Jesucristo, el hijo del hombre.

¡Feliz 2008!