martes, 11 de diciembre de 2007

La Felicidad y El Perdón

Antes de empezar esta reflexión, quisiera transcribir el texto bíblico que se encuentra en el Salmo 32, versículos 1 al 5. Dice así: " 1 Bienaventurado aquel a quien a sido perdonado su transgresión, a quien le ha sido remitido su pecado. 2 Bienaventurado aquel a quien no imputa Yahvé su iniquidad y en cuyo espíritu no hay falsedad. 3 Mientras callé, consumíanse mis huesos, gimiendo durante todo el día. 4 Pues día y noche tu mano pesaba sobre mí, y tornóse mi vigor en sequedades del estío. 5 Te confesé mi pecado y no oculté mi iniquidad. Dije: "Confesaré a Yahvé mi pecado", y tú perdonaste la culpa de mi pecado." Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964.

David, escritor de este salmo, fue uno de los más grandes reyes de Israel. Todos lo conocemos como el principal autor de los Salmos. Sin embargo, el rey David no fue un hombre muy distinto de todos nosotros. Él fue un hombre muy fervoroso en su deseo de agradar a Dios y serle fiel y obediente. Fue sabio, ordenado y valiente en su reinado. Pero David también cometió pecados y faltas graves, por las que sufrió asimismo duras consecuencias. Explico esto primeramente para que podamos mentalizar que cuando David habla de perdón de Dios, él sabe muy bien de lo que está hablando, porque sabía verdaderamente cuanto lo necesitaba.

Cuando el salmista habla de bienaventurado, quiere decir dichoso o feliz. Feliz aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cuyos pecados han sido remitidos y borrados. Su felicidad era real. Él sabía que el perdón que experimentaba de parte de Dios (Yahvé) era un perdón no merecido. Por lo que comprendía bien el gozo que otros también sentirían de experimentar este perdón completo y absoluto de Dios. Y este es su mensaje en los dos primeros versos del salmo.

¿Pero quienes son los que pueden experimentar esta dicha y este gozo? La respuesta está en la última parte del versículo 2, "Bienaventurado aquel (...) en cuyo espíritu no hay falsedad". Lo que este versículo quiere decir es que todos podemos recibir este perdón, pero solamente se nos pide una condición, que nuestra búsqueda de perdón sea verdadera, que no haya falsedad en nuestro espíritu.

Sin embargo, la búsqueda de este perdón también implica en una acción de fe de nuestra parte. Está acción es la que describe este rey en los versículos 3 al 5. “Te confesé mi pecado, no oculté mi iniquidad...”. Debemos reconocer ante Dios, nuestro Padre, que hay pecado en nuestras vidas y que necesitamos su perdón. Quizás bastaría tan solamente que leyéramos los diez mandamientos para que nos diésemos cuenta de cuantos pecados tenemos. Pero, es muy probable, que antes de realizar esta revisión ya tengamos gran conciencia de estos pecados y de la grave carga de ellos en nuestra vida.

La mayor garantía de que encontraremos en Dios esta dicha y alegría es el gran hecho de la sustitución. La única persona que vivió en este mundo, como un hombre de carne y hueso, que nunca necesitó perdón, porque nunca pecó, tomó todo el castigo y consecuencias de nuestros pecados sobre sí. Jesucristo nos sustituyó, en la cruz y en el dolor, conquistando para nosotros un perdón inmerecido.

Hoy, Dios te invita a ti y a mí a recibir, buscar este perdón y esta felicidad inmerecida. Así como lo hizo David, también lo hagamos nosotros, confesando a Dios nuestros pecados y aceptando el perdón, por medio de Jesucristo y de la fe en su obra de sustitución por nosotros.

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