domingo, 9 de marzo de 2008

Salvación x Salvación x Salvación (2ª Parte)

Después de haber puesto a prueba la fe que este joven tenía en él, Jesús le dice: “Ya sabes los mandamientos: No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre”(1).

Haber creído que Jesús es el Hijo de Dios era un primer paso para aquél joven, así como lo es para nosotros hoy. Pero esta fe tiene que ir un poco más allá, tiene que avanzar. Al citar los mandamientos en este dialogo con el joven, Jesús nos está enseñando que el segundo paso de la salvación es una nueva actitud de vida, una actitud que esté en armonía con los mandamientos y principios de Dios. O sea, debe haber un cambio en nuestra vida, en nuestra forma de comportarnos – “El que mentía, no mienta más, el que robaba, no robe más...”(2).

Muchas veces solemos pensar que los mandamientos de Dios son ciertamente una ley laboriosa, pesada y muy difícil de cumplir. Pensamos que son una ley que nos oprime, coarta, limita y nos impide de hacer cosas que nos gustan. Sin embargo, esto no es así. Quizás deberíamos revisar un poquito estos mandamientos, para ver si realmente estamos o no en lo correcto con este pensamiento. “Sus mandamientos no son gravosos...” escribió uno de los apóstoles (3).

¿Qué te parece si damos una “pasadita” por estos mandamientos para ver si son tan gravosos así? Si tienes la posibilidad, leelos en libro de Éxodo, capítulo 20, en los versículos 2 al 17. También los puedes leer en el libro de Deuteronomio, capítulo 5, en los versículos del 6 al 21.

Los tres primeros mandamientos nos enseñan que Dios debe ser el único con esta categoría (divina) en nuestras vidas, que sólo él debe recibir adoración y que debemos tomarlo a él en serio, sea en nuestros labios como en nuestras vidas. Yo pregunto, ¿Alguien que considera algo de esta tierra, una persona o aún a si mismo como su dios, es verdaderamente feliz, o irá por buen camino? Es fácil responder. ¿Cuál es el fruto de la ambición por lo material, o por el poder, de la pasión humana desenfrenada, o del egoísmo...? Sin duda, no son gravosos los tres primeros mandamientos. Son el equilibrio de nuestras vidas, al amar y respetar aquél que nos da vida.

“Acuérdate del día de reposo...” dice el cuarto mandamiento. Con este mandamiento, el ser humano puede tener la certeza de dos cosas: De que Dios no quiere que el hombre trabaje afanosamente, sin descanso; y de que Dios quiere estar cerca de él y que el hombre esté cerca de Dios. ¿Y por qué este significado? Por la sencilla razón de que al obedecer el mandamiento, cesar sus labores y descansar, el hombre se puede acordar también de su creador, puede reorganizar su mente y sus prioridades, y también puede reflexionar sobre sus caminos. Hoy, el ser humano ha sido incapaz de parar y reflexionar. Sigue, sigue, y sólo para cuando ya está con su hogar destruido, cuando está destrozado por algún vicio o con su sistema nervioso totalmente enfermo. El cuarto mandamiento no es gravoso, es una bendición.

Es muy fácil comprender que todos los demás seis mandamientos son para orientar y bendecir las relaciones humanas. En realidad, estos seis mandamientos están diciendo una sola cosa “ama a tu prójimo, ama a tus padres, a tus hermanos...", “no hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti”. El tema de estos mandamientos es apenas uno, el amor a nuestros semejantes (¡Ojo! Y también a nuestros “diferentes”). Estos mandamientos tampoco son gravosos. Sin ellos, lo único que veremos en la sociedad es caos, violencia y atropello.

Jesús tenía mucha razón. Hay una segunda cosa muy importante en el camino de la vida eterna. “Ya sabes los mandamientos: No robarás, no matarás, no adulterarás,...”

(Continua)


(1) San Marcos 10: 17-22; Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, Editorial Católica S.A., Madrid, 1964;
(2) Efesios 4: 25, 28 (Parafraseado);

(3) I Juan 5: 3.

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