lunes, 25 de agosto de 2008

No volverás a tener sed (1ª Parte)

Débora vivía en la ciudad de Sicar, región de Samaria, y había salido de su casa aquél día como todos los días, por el camino polvoriento, a buscar agua en el pozo de Jacob. Pero ese día, ella sentía su corazón destrozado. Ya nada en su vida parecía tener mucho sentido. Aquella vasija, que cargaba en su hombro, aunque vacía, parecía contener el peso de toda su vida, de sus errores, de sus culpas, de sus fracasos. Estaba más pesada que en cualquier otro día. Cinco matrimonios, cinco divorcios. Y ahora solamente un conviviente. Y esta relación tampoco parecía, en realidad, muy promisoria.

“¿Cuándo todo esto va terminar?, ¿No podré sentirme feliz, algún día?” – Pensaba – “Debo ir a buscar agua todos los días, pero hoy, quisiera no volver a casa” – Confesaba ella a sí misma.

El pozo estaba allí, ya bien cerca, a sólo algunos metros de distancia. Había un hombre sentado en el borde de piedras labradas.

“¿Qué querrá aquél hombre…? ¡Parece un judío! ¡Ay Señor! ¿Qué más me puede pasar hoy…?”

Ella sabía cuanto los judíos odiaban a los samaritanos, por esto, temerosa, se acercó al pozo, bajó el cántaro y se dispuso a sacar el agua, tratando de ignorar este judío, sentado, justo allí.

Pero el judío no la ignoraba.

Dame de beber” – pidió el hombre.

“¡¿Dios mío, qué es esto?! Yo pensaba que seguramente este hombre me diría alguna insolencia, o me miraría con desprecio... ¡Y ahora me pide que le dé agua!”

Sin embargo, el temperamento impetuoso de Débora, no le permitió silenciar su desconcierto. Ella estaba acostumbrada a decir siempre lo que sentía y pensaba. Esto ya le había causado más de algún problema, principalmente con los hombres. Pero, ¿por qué actuaría de modo diferente ahora?

“¿Cómo tú siendo judío me pides de beber, a mí, que soy mujer samaritana?” – Preguntó Débora. Y, afligida, pensó – “¡Ay Señor! Ya hablé…¿Qué me dirá ahora este judío?”

Con un rostro enigmático pero con una sonrisa agradable, el hombre le dio una respuesta que la hizo pensar que aquél varón estaba fuera de sí. Pero la ternura de sus palabras la desconcertaban.

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva.”

Mentalmente, ella trató de procesar aquella respuesta – “¿Si yo conociera el don de Dios…? ¿Si yo le pidiera a él agua, él me daría… agua viva? Bueno... este judío parece un poco loco, pero quizás pueda conversar algo con él y salir un poco de esta rutina… me siento tan cansada.”

Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De donde pues tienes el agua viva? ¿Acaso eres tu mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” – Replicó Débora al varón, pensando consigo misma – “¡Ja, Quiero ver qué me responderá ahora este hombre!”

Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”

El semblante de Débora cambió en aquel momento. Sus expectativas de una conversación amena, quizás hasta entretenida, con este personaje tan raro, desaparecieron. Se puso seria. Empezó a sentir que toda su vida estaba pasando delante de sus ojos, sus tristezas, sus alegrías, sus amores, sus desventuras, sus llantos, su dolor, su angustia. “Agua viva”. “No volver a tener sed”. Estas palabras atravesaban su corazón. Todo parecía estar conectado, su historia, su pasado, su aflicción, los deseos que tenía aquél día de que todo terminase, su sed... “¿Pero sed de qué?”

Señor, dame de esta agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.” – respondió Débora, y pensó – “¿Qué estoy pidiendo? ¿Qué agua es esta?”

Débora no comprendía las palabras de aquél hombre. Pero por primera vez en su vida sintió que el cántaro parecía más liviano. Sintió que esta agua, de la que hablaba este varón, la iba a hacer retornar a casa como nunca lo había sentido antes, más liviana y no más cargada, a pesar de llevar en cántaro lleno. Pero – “¿Qué significaba todo esto? ¿Quién era este hombre? – pensaba.

Algunos pensamientos inmediatamente cruzaron su mente – “no sentir más culpa por mis fracasos”, “sentirse libre de las cargas del pasado”, “no sentir más culpa por el... pecado”.

Y el varón le dijo – “Ve, llama a tu marido, y ven acá.”

(Continua)

(1) Este relato es una adaptación personal del relato contenido en el capítulo 4, versos del 6 al 42 del evangelio de San Juan. Los diálogos entre Jesús y la mujer samaritana se transcriben textualmente desde el texto original y se destacan en itálico. Fuente: “Biblia de Estudio, Harper Caribe, versión Reina Valera, Rev. 1960, Editorial Caribe, 1980.

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