sábado, 6 de septiembre de 2008

No Volverás a tener sed (2ª y Última Parte)

¿Mi marido? – pensó Débora - ¿Por qué me pregunta justamente por mi marido?.

Débora sabía que para un judío devoto su condición conyugal era mirada con reproche y desprecio. Sin embargo, ella sentía un afecto y compasión incomprensibles en las palabras de este varón judío. “¿Por qué le voy a mentir? ¿Si hasta aquí él me ha tratado con tanto respeto y distinción... no tengo porqué ocultarle la verdad?”

No tengo marido” – respondió Débora.

Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” – le replicó el varón.

El corazón de Débora se congeló. Ella miró a uno y otro lado. Y volvió a mirarlo a él, fijamente. Estaba segura de que no lo conocía. Este hombre jamás había estado en Sicar. ¡Ningún judío iba a Sicar! ¿Cómo él podía saber esto? “¡Es un profeta...! – pensó Débora inmediatamente.

Señor, me parece que tú eres profeta.” – le respondió.

Débora no era muy religiosa. Sin embargo, le gustaba conversar algunas veces sobre religión. Sus padres le habían enseñado cuando niña. Algunos de sus maridos también le habían enseñado bastante sobre la religión. Sobre las diferencias entre judíos y samaritanos, y sobre algunas pugnas entre ambos, acerca de quién tenía la verdad. – “Los judíos dicen que solo se debe adorar a Dios en Jerusalén, y nosotros creemos que el lugar correcto de adoración es en el monte Gerizim(2). Quizás sea una buena oportunidad para preguntarle. Si él es profeta, podrá enseñarme un poco” – pensaba ella.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.” – le cuestionó Débora.

Mujer, creeme, que la hora viene, cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, ya ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” – le respondió aquél hombre.

Débora estaba perpleja. Nunca había escuchado palabras como estas. Si bien, ya había estado algunas veces en las sinagogas, y ya había escuchado varias predicaciones, nunca había escuchado algo como esto. Repentinamente, algo de aquellas predicaciones le vino a la mente. Un recuerdo que remeció su corazón – “¿Será posible...?” – pensaba Débora – “¿Será posible que esto que he escuchado algunas veces sea real? ¡Qué un día vendría un enviado de Dios que nos enseñaría todas las cosas! ¿¡El Mesías!?”

El corazón de Débora estaba tomando un ritmo más acelerado. Estaba sintiendo una emoción que nunca había sentido antes. El alivio que sentía de sus cargas era cada vez mayor. “Agua viva” – pensaba. Y titubeando le dijo.

Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.”

Yo soy, el que habla contigo.” – le respondió el varón.

Esta sencilla mujer, de aquel pequeño pueblo samaritano, llamado Sicar, no podía creer en lo que estaba viendo y escuchando. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No sabía más qué decir. Lo único que fue capaz de hacer fue correr. Soltó el cántaro allí mismo y corrió de vuelta hacía el pueblo. Las lágrimas escurrían por sus ojos, y un sentimiento de paz y alegría inundaban su corazón de una forma como nunca antes lo había sentido. Era difícil creerlo, que ella hubiese estado frente a frente con el Mesías, con el enviado de Dios. Y que hablaba con ella. Tenía que decirlo a su pareja, a sus amigos..., a todo el pueblo. “¿Sería este realmente el Mesías, el Cristo?” – pensaba ella mientras corría.

“¡Escucha, este hombre ha dicho todo lo que he hecho en mi vida sin conocerme!” – Le decía Débora a su pareja. “¡Escuchen, este hombre ha dicho todo lo que he hecho, sin conocerme! ¿No será este el Mesías?” – les decía Débora a sus amigos y a muchos con quienes se encontraba.

No había pasado mucho tiempo, talvez una hora o un poco más. Un grupo de hombres y mujeres, y Débora, se acercaron nuevamente al pozo. El varón aún estaba allí, sentado, conversando con otro grupo de judíos que lo rodeaba. Empezaron las preguntas, el varón mal terminaba de responder una pregunta y hacían otra, y otra, y más otra.

Mientras conversaban y discutían entre ellos, uno se levanto y le dijo al varón – “¿Pero Señor, cómo te llamas?” – a la cual les respondió – “Jesús, Jesús es mi nombre”. Y murmuraban entre ellos diciendo – “¡Miren, su nombre significa salvador! – y se miraban, atónitos, unos a otros.

“Rabí(3), sé que expreso el sentimiento de todos nuestros hermanos aquí presentes, ¿por qué no vienes y te quedas algunos días con nosotros, te lo rogamos?” – replicó uno de los varones samaritanos a Jesús, mientras los demás asentían con la cabeza. Débora solamente miraba. La sonrisa de su rostro era imborrable.

Jesús accedió, y se quedó con ellos dos días.

Había un gran número de hombres y mujeres que rodeaban aquél varón, llamado Jesús, en las afueras de Sicar. Todos tenían una sonrisa en sus rostros. También Débora estaba allí, junto a aquel grupo de despedida. Algunos le decían a ella – “¡Gracias por habernos traído a este varón, Jesús, para que lo conociéramos! ¡Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que este es el salvador del mundo, el Cristo.

Antes que Jesús se diera vuelta para irse, Débora se le acercó. Ella no podía permitir que se fuera sin decirle lo que sentía en su corazón.

“¡Señor, muchas gracias!”

”¿Por qué me agradeces mujer?” – le preguntó Jesús con ternura.

”Yo estaba desorientada y vacía. No quería más seguir viviendo. Pero, el haberte visto y conocido, se transformó mi corazón y mi vida. Ahora sé que hay esperanza de un mundo mejor. Sé que Dios es verdadero, y que la felicidad verdadera existe.”

Jesús sonrió y le respondió – “¡Débora, sigue creyendo! Esto es solo el comienzo. Si crees en mi verás cosas aún mayores que las que has visto hasta ahora. ¿Lo crees?”

“¡Sí, le respondió Débora! ¡Lo creo!

Jesús le sonrió nuevamente, miro a la multitud, y volviéndose, partió de aquel lugar.

***

(1) Este relato es una adaptación personal del relato contenido en el capítulo 4, versos del 6 al 42 del evangelio de San Juan. Los diálogos entre Jesús y la mujer samaritana se transcriben textualmente desde el texto original y se destacan en itálico. Fuente: “Biblia de Estudio, Harper Caribe, versión Reina Valera, Rev. 1960, Editorial Caribe, 1980.

(2) Monte sagrado para los samaritanos.

(3) “Rabí” – mi maestro en arameo.